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viernes, 14 de junio de 2013

¿Qué es eso de la Corrección fraterna?

Por Luis Alva

Resulta que cuando se les pregunta a los sacerdotes  sobre su experiencia significante en el seminario, ponen en primer lugar la convivencia o la convivencia comunitaria o la fraternidad. La disciplina y los momentos comunitarios que ofrece el seminario apuntan a esto, a dar sentido de familia, de amistad, de fraternidad a las relaciones humanas.  Por otro lado, además de ser una exigencia evangélica, es una exigencia propia del ministerio sacerdotal. Puesto que "el sacerdocio ministerial tiene una forma comunitaria... los que reciben el orden sagrado están destinados a trabajar juntos y, por tanto, deben formarse en el espíritu de colaboración. Es una de las exigencias de la formación sacerdotal". En efecto, por el hecho de ser llamados a formar parte de un Presbiterio, que es "fraternidad sacramental" (PO 8), los futuros sacerdotes "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can.245).

No hay duda de la importancia de la fraternidad de los seminaristas. Sin embargo, no es fácil llegar a ello, no es fácil llegar a decir hermano (desde el corazón) en el sentido estricto de la palabra a un compañero de seminario. Esto es uno de los grades retos en los seminarios diocesanos cómo un desafío permanente en las casas de formación de religiosos. Por otro lado, la vida fraterna es percibida, por la mayor parte de los sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y laicos que la viven, como un don. Sin embargo, son frecuentes las dificultades, que a veces aparecen como insalvables, y nos dejan perplejos o paralizados y nos hacen pensar en la imposibilidad de convivir.

Ante esta dificultad tenemos que encontrar medios para facilitar la vida fraterna, y uno de los medios más comunes, que poco se utiliza y de lo poco que se utiliza no se realiza de la forma correcta, me refiero a la corrección fraterna o animación fraterna como actualmente se le conoce. Aquí tres pasos para hacer la corrección fraterna: Antes de la corrección, durante la corrección y después de la corrección.

La corrección fraterna

La corrección fraterna es propuesta por el evangelio como una norma de vida de la comunidad cristiana. Los que comparten el mismo camino de fe, adquieren la capacidad de advertirse mutuamente lo que en la soledad no llegarían a ver, para vivir más nítidamente unos valores, en torno a los cuales han empeñado su vida. Esto que vale para todos los creyentes es especialmente importante entre personas que comparten la misma vocación y misión en la vida fraterna. La corrección es un camino práctico para la fraternidad. Lo que nos interesa es el camino práctico para hacer la corrección. Por ello se propone una especie de examen de conciencia, que ayude a hacer las correcciones oportunamente.

No con todas las personas se puede practicar la corrección fraterna. Es importante hacer un discernimiento previo en torno a la conveniencia o la oportunidad de hacer una corrección. Si hay, por ejemplo, una ofensa de por medio, y no he recorrido aún el camino del perdón, esto me descalifica para corregir. Antes necesito sanar lo que ocurre dentro de mí. Si no conozco suficientemente al otro o me baso en un juicio superficial, tampoco estoy en la situación de corregir. Si, por mi parte, no estoy dispuesto a ser corregido, tampoco parece que sea la persona más apta para hacerlo con los demás. Supuesto este discernimiento, pueden ser útiles los siguientes pasos:

Antes de la corrección

Establezco una materia concreta para la corrección. Yo podría corregir muchas cosas a esta persona, sobre todo si convivo con ella, porque no soy ciego y percibo sus defectos. Pero voy a seleccionar lo que le advierto, de modo que sólo le indique aquello que merece la pena advertir y lo que preveo que, razonablemente, aceptará con más libertad, porque está preparada para ello. No se trata de decirle “toda la verdad”, porque nadie soporta que se le diga todo y porque en ese “todo” puede haber mucho de prejuicios y de malos entendidos. Se trata de filtrar de algún modo el contenido de la corrección.

Neutralizo mis impulsos. Evito a toda costa que la corrección sea hecha a partir de impulsos o de percepciones afectivas. Mi mundo afectivo puede nublar mi vista al grado de conducirme a una subjetividad inaceptable. No puedo corregir con objetividad cuando estoy resentido, enojado, incómodo. O cuando experimento la dependencia afectiva o un apego excesivo a la persona a quien deseo corregir. Debo conseguir, antes de dar un paso más, una dis-tancia suficiente de los acontecimientos, que me per-mita juzgar con serenidad.

Verifico que el motivo por el cual hago la corrección sea sólo el amor por aquella persona y el deseo de su bien. Hay que garantizar que el acto de corregir sea una manifestación de un sincero amor fraterno, y que lo haga pensando sólo en su bien. San Ignacio insiste en que compruebe “que el amor viene de arriba”, es decir, del amor de Dios. Que lo que reluce y brilla en mi modo de actuar es el amor.

Antes de hacer la corrección hago oración en torno a esa corrección, discerniendo ante Dios si es eso lo que él quiere. Este sentido orante de la corrección garantiza que se haga no sólo con amor humano, sino con verdadera caridad o amor de Dios. Al advertirte algo que es importante para ti, lo hago movido por el amor con que Dios te ama y como un signo y mediación de ese amor. Podríamos decir que me conecto con la fuente del verdadero amor.

Durante la corrección

Busco el momento y el lugar oportunos para hacerlo. De modo que se garantice la discreción y la prudencia. Evito a toda costa crear una situación forzada o incómoda.

Recurro a algunas palabras claras para expresar mi intención, y hagan ver al otro que quiero hacerle una advertencia fraterna, para que tenga la oportunidad de situarse. Puede ser algo así: tengo algo que decirte. Le estoy permitiendo al otro disponerse para recibir una advertencia.

Hago mi corrección con palabras sencillas y claras, manifestando, con la mayor llaneza posible, lo que quiero decir. Para ello conviene que lo haya pensado bien. Evito a toda costa que haya malos entendidos.

Rodeo la corrección de gestos de afecto, los cuales dan el mensaje de que este acto de corregir procede del amor. Mi expresión corporal complementa la comunicación verbal, manifestando con claridad mi buena intención y el amor auténtico que me mueve.

Agradezco a la otra persona su disponibilidad para escucharme y para aceptar la corrección.

Después de la corrección

Vuelvo a la oración para dar gracias a Dios porque me ha permitido hacer este sencillo servicio.
Mantengo la relación normal con aquella persona como si nada hubiese pasado, es decir, con toda naturalidad y sencillez, de modo que muestre con ello mi confianza en su capacidad de afrontar el problema.

Cf. LAVANIEGOS, Emilio; BARRÓN, Rubén, La Vida fraterna, Colección Formas de Vida. 6, Servicios de Animación Vocacional Sol, A.C., México 2009, pp. 112-116.





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