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viernes, 11 de enero de 2013

¿Tengo un celibato maduro?


Por J. Roberto Ávila Rangel
Publicado por Almas A.C.
En ocasiones oímos hablar de sacerdotes son infieles a su celibato y puede ser que nuestro primer pensamiento sea: “es lógico, el celibato va en contra de la naturaleza, el cuerpo tiene sus necesidades”. En efecto el cuerpo tiene sus propios mecanismos. Sin embargo, habría ir a lo profundo y no quedarnos en fórmulas simplistas. En este sentido, ¿qué es realmente lo que está detrás de esa situación? Psicológicamente hablando, para poder vivir el celibato, el sacerdote requiere haber alcanzado un virtud clave: la fidelidad.
La adolescencia es aquella etapa en la cual se desarrolla una mayor conciencia de nuestro yo, es decir, es el momento en que surge la pregunta: ¿quién soy?, pero a la vez ¿quién puedo ser?. Anteriormente, nos habíamos identificado con todo aquello que el mundo planteaba como bueno y socialmente aceptable. Nuestra identidad se basaba, en gran medida, en lo que otros esperaban o creían. Es como si nos apropiáramos por fin de nosotros mismos. De ahí la crisis de identidad.
El adolescente necesita autoafirmarse y tiende a la rebeldía, aferrándose a sus propios ideales y a las personas que los representan. El análisis que hace de la realidad está todavía muy afectado por el subjetivismo propio de su edad. Sus criterios de análisis están en desarrollo y fácilmente se compra las propuestas que encuentra en su entorno. Asimismo, hay otro elemento de la psicología del adolescente que necesitamos mencionar: su capacidad de compromiso y fidelidad, la cual se encuentra en desarrollo. Precisamente esta virtud, según la teoría de desarrollo psicosocial de Erik Erikson, es la que se alcanza en dicha etapa (Erikson, 2000).
En el caso del sacerdote, generalmente la adolescencia coincide con el seminario. Precisamente éste último es un espacio en donde necesita tener la condiciones  para conocerse a sí mismo, confrontarse y enfrentarse con sus propias heridas y oscuridades. Debe ir a lo profundo, de tal manera que se haga más dueño de sí mismo. Si no sucede esto, en gran medida el sacerdote seguirá siendo afectivamente un adolescente y vivirá su servicio de esta manera. No será capaz de autodominarse. Su fidelidad será débil.
Ahora bien, en cuanto al logro de la fidelidad, hay dos extremos que pueden ser signos de estar atorado:
1. Fanatismo. Este es el caso del sacerdote que no tiene una convicción verdadera y profunda. Las elecciones que ha hecho en su vida, incluyendo su vocación están más motivadas por un cumplir con expectativas de otros (inconscientes) o por mantener cierta imagen, a través de la cual puede esconder su verdadero yo: la parte frágil y débil. El sacerdote tiende a ser altamente perfeccionista e idealiza excesivamente su vocación, incluso subestimando otras como la vida laical o religiosa. Cuando tiene una crisis, puede desmoronarse hasta el punto de rechazar totalmente el sacerdocio.
2. Repudio. El sacerdote que rehúye del rol y el compromiso que el sacerdocio implica porque, en el fondo, no tiene una convicción de vivirlo tampoco. El celibato lo ve más como un aspecto molesto que hay que vivir como parte de su ser sacerdote. ¡Ni modo! Eso toca. En este caso pareciera que no hay ideales verdaderos y, por lo tanto, no hay un esfuerzo de mejora personal. Sabe que tiene debilidades y caídas, pero no le preocupa o se autoengaña pensando que no es tan importante.
Si nos damos cuenta, los anteriores son dos caras de la misma moneda. En ambos casos no hay una verdadera convicción y el celibato se vive como algo “añadido” y no desde lo profundo del sentido. En el primer caso, la persona se esfuerza por parecerse lo más posible a su idealización y pone una acento especial en el celibato, como si éste fuera lo principal en su vocación; en el otro extremo, el sacerdote rechaza los roles y compromisos propios de su opción vocacional, viendo el celibato como una carga pesada de la cual sería mejor liberarse. Definitivamente, ambos extremos son expresiones, afectivamente hablando, de un celibato inmaduro.
Por último, habría que decir que lo virtud de la fidelidad tiene que ver más con ser fiel a uno mismo. Es el gran logro de la adolescencia. Es el equilibrio entre la rebeldía del repudio y la idealización de fanatismo. Un sacerdote con madurez en este sentido, es aquél en quien verdaderamente hay una convicción profunda y serena de su identidad vocacional, con todas sus implicaciones, incluyendo el celibato.
Para reflexionar: ¿qué significa para mí el celibato? ¿es una carga pesada o, en el otro extremo, pareciera que es lo más importante de mi vocación? ¿considero que he logrado una verdadera fidelidad?


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