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martes, 25 de junio de 2013

Amigo seminarista no te rindas, puedes lograrlo!

México 25 de junio del 2013

Amigos Seminaristas, les escribo las siguientes líneas, con una gran emoción y alegría; he tenido la oportunidad de tener y conocer jóvenes, que al igual que ustedes han dicho ¡Sí! A seguir a Cristo, ¡Sí! A esa vocación tan bonita que es el Sacerdocio. Ustedes y sus familias han respondido a ese llamado de Dios. Pienso que el sacerdocio es una vocación de amor puro, y de entrega total hacia los hermanos, justo como Jesús lo hiso.

Por eso yo les digo ¡No se rindan! Sabemos que el camino es duro, pero no permitan que eso los aleje del camino que Dios ha trazado para ustedes. Necesitamos buenos sacerdotes, y ustedes marcarán ese futuro de la iglesia.  Yo seguiré cumpliendo con mi labor y no me cansaré de rezar por ustedes y de pedirle a Dios que nos mande más jóvenes como ustedes. Te comparto este video que en lo persona me ayuda y me anima mucho!
Adriana


viernes, 21 de junio de 2013

¿Se puede hablar hoy de una específica formación para el celibato sacerdotal en los Seminarios?

 Por Luis Alva

Dada la importancia y la complejidad que exige la función del ministerio sacerdotal en la vida de la Iglesia, corresponde a la Iglesia el deber de procurar la mejor formación a los futuros sacerdotes, y el deber de formarse lo mejor posible. Por esto, el Código señala: «los jóvenes que desean llegar al sacerdocio deben recibir, tanto la conveniente formación espiritual como la que se adecua para el cumplimiento de los deberes propios del sacerdocio» (c. 235 § 1).

Dentro de la múltiples dimensiones que concierne la formación sacerdotal, el Derecho Canónico, haciéndose eco del Concilio Vaticano II, en el sentido que los alumnos deben ser educados cuidadosamente para el estado del celibato sacerdotal (Cf. OT 10), establece una formación específica para el celibato, al señalar que «por medio de una formación adecuada prepárese a los alumnos a observar el estado de celibato, y aprendan a tenerlo en gran estima como un don peculiar de Dios» (c. 247, § 1). Por lo tanto, estas dos últimas afirmaciones demuestran que la vivencia del celibato no se improvisa, ni inicia con la ordenación sacerdotal, sino que es necesario una educación previa, seria y permanente.

La formación específica para el celibato hoy

Ante este deseado anhelo de la Iglesia surge una pregunta ¿Se puede hablar hoy de una específica formación para el celibato sacerdotal en las casas de formación? En tiempos pasados, en los programas formativos de los seminarios o casas de formación, se daba una notable atención al compromiso del celibato y a cuanto estaba relacionado con él.  Era una formación explícita y cuidaba que, a través de diversas actuaciones en la persona y en el grupo, se comunicaba valores y se prevenía de eventuales dificultades[1].

Sin lugar a dudas se trataba de programas bien estructurados y de proyectos operativos de formación para la castidad perfecta. Sin embargo, en la actualidad hay quienes dicen que la formación para el celibato no se da, o porque no se hace de forma cuidada y explícita (dejando en manos del propio candidato tal formación); o porque se hace de forma incompleta y unilateral (o sólo desde la dimensión espiritual o sólo de la humana); o porque no tiene en cuenta ciertos elementos importantes o no sabe descubrir la problemática de esta área en cada uno de los candidatos; o porque prefiere púdicamente ignorar tal realidad o no se considera bien preparado para afrontarla; o porque no va dirigida a todos, sino que mira solamente a algunas personas y a algunos casos (los que se encuentran en problemas/crisis) y está confiada-delegada a presencias ocasionales (el confesor) o externas a la realidad formativa (el psicólogo); o porque se hace simple y exclusivamente en grupo y relegada al último momento (antes de la ordenación de diácono o de la profesión perpetua en el caso de los religiosos)[2], etc. Esta realidad queda explícitamente revelada por la Congregación para la Educación Católica:

Una particular carencia formativa resulta ser la del celibato. Es un punto doloroso en la selección definitiva de los candidatos. Todavía hoy hay que lamentar que en el periodo del seminario un punto tan importante no se haya tratado con la debida seriedad, no sólo respecto a sujetos portadores de patologías especiales, sino tampoco en casos normales[3].
                                                                                                       
Todo esto parece demostrar que la formación específica para vivir el celibato de los futuros sacerdotes es una formación desatendida.




[1] Cf. Amadeo Cencini, Por amor, con amor, en el amor, 104-105.
[2] Cf. Ibid., 105-106.
[3] Congregación para la Educación Católica,Annotazioni, rilievi, rimedi da cause per diduzione a stato laicale con dispensa da obblighi per sacerdote e diaconi, Cittá del Vaticano, 18 mayo 1991, 4, en Ibíd.,106.


miércoles, 19 de junio de 2013

Los empleados del Seminario, nuestros grandes formadores!

Por Luis Alva

Cómo olvidar el nombre de Margarita, de Roumalda, de Salomón, de Cailita, de Daniel, de Rosita, de Elena, de Lupita y de don Julio! Si los tengo gravados en el corazón. Estos nombres corresponden a aquellas personas que me vieron “hacerme” sacerdote. Corresponden a tres seminarios y a tres países diferentes, me refiero a aquellas personas que han ayudado desde su servicio en el seminario. Estas personas literalmente no pertenecen al equipo de formadores, ni se mencionan cuando se refieren a la comunidad del Seminario, sin embargo, para nosotros testigos de su incondicional generosidad les colocamos como personas indispensables en un seminario, en definitiva, en el proceso de formación;  me refiero a los que sirven a la misión de la Iglesia en la función de empleados en el Seminario.

Inicio afirmando que nuestro relacionamiento con los empleados del seminario es inevitable. Existe un relacionamiento constante y cercano con ellos. Principalmente algunas actividades del seminario permiten esta relación. Por ejemplo, en los días que toca al seminarista el servicio de cocina, prácticamente (aunque en algunos seminarios lo prohíban) entra en contacto directo con ellas, el seminarista esta  a disposición de ella, para ayudar a servir los alimentos. Igual ocurre con la señora que lava la ropa o con la señora que realiza la limpieza (mayormente ropa de los formadores y limpieza de los ambientes de los mismo) o con el señor responsable del mantenimiento de la casa. Con éste último, sin miedo a equivocarme, puedo decir que existe un trato necesario, más jovial y de amistad, el trato es de favores. Por ejemplo, no enciende la lámpara, la cerradura de la puerta no va bien, cuando no hay agua, cuando no hay energía eléctrica,  cuando hay algún desperfecto en los ambientes del seminario, recurrimos a “Don” para que nos solucione el problema o problemas. Después existen también otras personas que entran en nuestro relacionamiento, como lo es la secretaria o secretario, el chofer, el señor de seguridad, etc., el trato con ellos no es tan fluido como los primeros.

Estas personas directa o indirectamente forman parte de nuestro proceso de formación. En muchos seminarios el tema del “relacionamiento con los empleados” entra a formar parte del proyector comunitario. Si ellos tendrían que dar una opinión de nuestra vocación o de nuestra persona ante los formadores tendría que decir mucho, porque ellos tienen un conocimiento muy acertado de cada seminarista. Por esto las personas con quién prácticamente convivimos merecen un trato especial, una delicadeza por parte de los seminaristas.

Algunas actitudes  prácticas  convenientes para con los empleados del Seminario

La primera actitud es la de amarlos, honrarlos, respetarlos y obedecerlos. Esto es como la base en el relacionamiento para con ellos, sin la práctica de estas actitudes las que siguen no tienen valor.

Averigua el día de su cumpleaños, o de su aniversario de boda y colócala en tu agenda, así te recordarás y rezarás por ello. Ofrécele un saludo especial en ese día, un abrazo, un regalo aunque sea pequeño.  Ofrece su vida como intención de misa. En el día de la madre y en el día del padre que se haga costumbre de rezar (además por nuestra mamá y papá) por las mamás y papás que trabajan en nuestro Seminario. Que ese día se les ofrezca algún regalo o detalle especial. Si es posible que algún seminarista le cante una canción o le recite un poema, etc. Que ese día compartan algunos de los alimentos con los seminaristas. En los seminarios sobra la imaginación y creatividad para embellecer y ensalzar una celebración de este tipo.

Invítalos a las fiestas grandes que se celebran en el Seminario (Día del seminario, ordenaciones, día de la familia, navidad, etc.). Ciertamente que si ellos están en la celebración ¿quién hará el servicio? De todas maneras convídalos, hazlos sentir parte de la comunidad del seminario, preparándoles una tarjeta de invitación y una mesa especial para ellos. Y en el día de tu ordenación que ellos sean los invitados especiales, porque son los primeros testigos de tu vocación, te vieron nacer y crecer en ella.

Ser agradecidos con ellos. La mayoría de los empleados en los Seminarios ven a su trabajo como un servicio una ayuda a la misión de la Iglesia por medio de la formación sacerdotal. Porque una comida bien preparada o una camisa bien planchada es hecha con el mismo amor de una madre o padre para con su hijo. Agradécele por la comida con gestos y palabras que le motiven, hazlos sentir que su trabajo y su amor para con los seminaristas es único incompensable.

Una última y principal actitud para con los empleados del seminario, rezar por ellos. Rezar por aquellas personas que colaboran de manera directa en nuestra formación es casi una obligación nuestra. Por eso, conviene tenerlas presente en la lista diaria de nuestra oraciones. Si no hay un agradecimiento o un gesto delicado para con ellos, es en la oración donde recompenzamos toda esa generosidad.

Aquí otras actitudes prácticas:

Que tu forma de hablar sea con amabilidad, pues no hay nada tan agradable como una frase alegre al saludar. Sonríe, y nunca discutas, ni critiques, ni les des consejos sin que te lo hayan pedido.

Llámales por su nombre, y escúchales con atención, dándoles el tiempo necesario para que hablen. La música más agradable para el oído de cualquiera, es el sonido de su nombre.

Sé cordial, habla y actúa como si todo lo que hiciera fuera un placer.

Recibe sus consejos con amabilidad y cordialidad, y procura ponerlos en práctica.

Estate dispuesto a prestarles algún servicio o ayudarles en el servicio, pues cuenta mucho en la vida el hacer por los demás.

No entrar en diálogos prolongados con ellos, porque su tiempo es limitado para sus trabajos, al igual que el tuyo.

Es preferible no compartir con ellos los temas delicados o diversas situaciones de seminaristas que corresponden sólo a la comunidad del seminario.

No te auto invites a su casa u otro lugar, si ellos voluntariamente lo hacen no les desprecies.

En tus conversaciones con ellos que no surgan preguntas que tengan que ver con temas familiares, o que pongan en evidencia ciertas deficiencias familiares.

DESPUÉS DE ESTA BREVE OPINIÓN, QUIERO HACERTE UNA PREGUNTA:

¿Cómo está tu actitud de seminarista frente a aquellas personas del servicio en el Seminario?


Si tienes alguna otra actitud, escríbelo en facebook que allí está publicado! Gracias






lunes, 17 de junio de 2013

Primero de Teología, el paso de las reflexiones metafísicas a una contemplación orante!

Por Alexis Gatica LC
Llevo muchos años desde que entré al seminario. Entré en 1997 al seminario menor y después de diversos estudios de humanidades clásicas, bachillerato y licencia en filosofía y algunos años de trabajo apostólico, en octubre del año pasado comencé la teología. La teología es para muchos de nosotros un momento muy profundo, pues nos sentimos cada vez más cerca del altar y sabemos que son años muy hermosos, muy profundos y de estudio muy intenso. A nivel de estudios ha significado un cierto cambio, pues he pasado de reflexiones metafísicas a una contemplación orante. Es otro estilo de estudio, y de verdad se agradece. Pero también este año ha significado para mí un mayor contacto con Cristo y su Palabra.
Ha sido muy hermoso poder penetrar en la Palabra de Dios, en el Catecismo de la Iglesia, en el Magisterio Pontificio y en la tradición de los Padres de la Iglesia. Tenemos una riqueza espiritual enorme, y cuando comienzas a comprender y a estudiar, se abren campos infinitos. Un consejo que da el célebre teólogo Hans Urs Von Balthasar es "estudiar la teología de rodillas", que no significa estudiar todo el día en la capilla, sino tener una actitud reverente al misterio y que lleves todo a tu oración. De verdad, todo cambia.
También este primer año ha significado para mí un crecimiento personal. Consciente del paso que estoy dando hacia el sacerdocio, me doy cuenta cada día que no soy yo, sino que es Cristo quien me llama. Veo cómo Dios sale a mi encuentro cada día, y veo también cómo el demonio busca que pierda el tiempo en otras cosas. Me imagino que no ha de darle mucha felicidad al demonio que uno se acerque con alegría y decisión al servicio del Señor, y busca desanimarte, hacerte perder el rumbo. Les invito a mis queridos amigos seminaristas que estudian teología, que hagan del Sagrario su lugar de recreación y de consuelo cuando no vean las cosas claras. No se imaginan el torrente de gracias que recibirán.
¡Gracias por todo y estoy a su disposición para lo que necesiten! Me nombre completo es Alexis Gatica Andrade, soy chileno, tengo 29 años, pertenezco a la congregación de los Legionarios de Cristo y actualmente estoy terminando mi primer año de teología. 


viernes, 14 de junio de 2013

¿Qué es eso de la Corrección fraterna?

Por Luis Alva

Resulta que cuando se les pregunta a los sacerdotes  sobre su experiencia significante en el seminario, ponen en primer lugar la convivencia o la convivencia comunitaria o la fraternidad. La disciplina y los momentos comunitarios que ofrece el seminario apuntan a esto, a dar sentido de familia, de amistad, de fraternidad a las relaciones humanas.  Por otro lado, además de ser una exigencia evangélica, es una exigencia propia del ministerio sacerdotal. Puesto que "el sacerdocio ministerial tiene una forma comunitaria... los que reciben el orden sagrado están destinados a trabajar juntos y, por tanto, deben formarse en el espíritu de colaboración. Es una de las exigencias de la formación sacerdotal". En efecto, por el hecho de ser llamados a formar parte de un Presbiterio, que es "fraternidad sacramental" (PO 8), los futuros sacerdotes "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can.245).

No hay duda de la importancia de la fraternidad de los seminaristas. Sin embargo, no es fácil llegar a ello, no es fácil llegar a decir hermano (desde el corazón) en el sentido estricto de la palabra a un compañero de seminario. Esto es uno de los grades retos en los seminarios diocesanos cómo un desafío permanente en las casas de formación de religiosos. Por otro lado, la vida fraterna es percibida, por la mayor parte de los sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y laicos que la viven, como un don. Sin embargo, son frecuentes las dificultades, que a veces aparecen como insalvables, y nos dejan perplejos o paralizados y nos hacen pensar en la imposibilidad de convivir.

Ante esta dificultad tenemos que encontrar medios para facilitar la vida fraterna, y uno de los medios más comunes, que poco se utiliza y de lo poco que se utiliza no se realiza de la forma correcta, me refiero a la corrección fraterna o animación fraterna como actualmente se le conoce. Aquí tres pasos para hacer la corrección fraterna: Antes de la corrección, durante la corrección y después de la corrección.

La corrección fraterna

La corrección fraterna es propuesta por el evangelio como una norma de vida de la comunidad cristiana. Los que comparten el mismo camino de fe, adquieren la capacidad de advertirse mutuamente lo que en la soledad no llegarían a ver, para vivir más nítidamente unos valores, en torno a los cuales han empeñado su vida. Esto que vale para todos los creyentes es especialmente importante entre personas que comparten la misma vocación y misión en la vida fraterna. La corrección es un camino práctico para la fraternidad. Lo que nos interesa es el camino práctico para hacer la corrección. Por ello se propone una especie de examen de conciencia, que ayude a hacer las correcciones oportunamente.

No con todas las personas se puede practicar la corrección fraterna. Es importante hacer un discernimiento previo en torno a la conveniencia o la oportunidad de hacer una corrección. Si hay, por ejemplo, una ofensa de por medio, y no he recorrido aún el camino del perdón, esto me descalifica para corregir. Antes necesito sanar lo que ocurre dentro de mí. Si no conozco suficientemente al otro o me baso en un juicio superficial, tampoco estoy en la situación de corregir. Si, por mi parte, no estoy dispuesto a ser corregido, tampoco parece que sea la persona más apta para hacerlo con los demás. Supuesto este discernimiento, pueden ser útiles los siguientes pasos:

Antes de la corrección

Establezco una materia concreta para la corrección. Yo podría corregir muchas cosas a esta persona, sobre todo si convivo con ella, porque no soy ciego y percibo sus defectos. Pero voy a seleccionar lo que le advierto, de modo que sólo le indique aquello que merece la pena advertir y lo que preveo que, razonablemente, aceptará con más libertad, porque está preparada para ello. No se trata de decirle “toda la verdad”, porque nadie soporta que se le diga todo y porque en ese “todo” puede haber mucho de prejuicios y de malos entendidos. Se trata de filtrar de algún modo el contenido de la corrección.

Neutralizo mis impulsos. Evito a toda costa que la corrección sea hecha a partir de impulsos o de percepciones afectivas. Mi mundo afectivo puede nublar mi vista al grado de conducirme a una subjetividad inaceptable. No puedo corregir con objetividad cuando estoy resentido, enojado, incómodo. O cuando experimento la dependencia afectiva o un apego excesivo a la persona a quien deseo corregir. Debo conseguir, antes de dar un paso más, una dis-tancia suficiente de los acontecimientos, que me per-mita juzgar con serenidad.

Verifico que el motivo por el cual hago la corrección sea sólo el amor por aquella persona y el deseo de su bien. Hay que garantizar que el acto de corregir sea una manifestación de un sincero amor fraterno, y que lo haga pensando sólo en su bien. San Ignacio insiste en que compruebe “que el amor viene de arriba”, es decir, del amor de Dios. Que lo que reluce y brilla en mi modo de actuar es el amor.

Antes de hacer la corrección hago oración en torno a esa corrección, discerniendo ante Dios si es eso lo que él quiere. Este sentido orante de la corrección garantiza que se haga no sólo con amor humano, sino con verdadera caridad o amor de Dios. Al advertirte algo que es importante para ti, lo hago movido por el amor con que Dios te ama y como un signo y mediación de ese amor. Podríamos decir que me conecto con la fuente del verdadero amor.

Durante la corrección

Busco el momento y el lugar oportunos para hacerlo. De modo que se garantice la discreción y la prudencia. Evito a toda costa crear una situación forzada o incómoda.

Recurro a algunas palabras claras para expresar mi intención, y hagan ver al otro que quiero hacerle una advertencia fraterna, para que tenga la oportunidad de situarse. Puede ser algo así: tengo algo que decirte. Le estoy permitiendo al otro disponerse para recibir una advertencia.

Hago mi corrección con palabras sencillas y claras, manifestando, con la mayor llaneza posible, lo que quiero decir. Para ello conviene que lo haya pensado bien. Evito a toda costa que haya malos entendidos.

Rodeo la corrección de gestos de afecto, los cuales dan el mensaje de que este acto de corregir procede del amor. Mi expresión corporal complementa la comunicación verbal, manifestando con claridad mi buena intención y el amor auténtico que me mueve.

Agradezco a la otra persona su disponibilidad para escucharme y para aceptar la corrección.

Después de la corrección

Vuelvo a la oración para dar gracias a Dios porque me ha permitido hacer este sencillo servicio.
Mantengo la relación normal con aquella persona como si nada hubiese pasado, es decir, con toda naturalidad y sencillez, de modo que muestre con ello mi confianza en su capacidad de afrontar el problema.

Cf. LAVANIEGOS, Emilio; BARRÓN, Rubén, La Vida fraterna, Colección Formas de Vida. 6, Servicios de Animación Vocacional Sol, A.C., México 2009, pp. 112-116.





jueves, 13 de junio de 2013

Tiempo de vacaciones, tiempo de descanso. 5 cosas que no deberías hacer en vacaciones!

Por Luis Alva

Existen desde grandes manuales hasta pequeños folletos que hablan de la importancia de las vacaciones, del "quehacer" en vacaciones y "cómo" aprovecharlas al máximo. Existen también artículos que exponen el sentido teológico (bíblico y doctrinal) de las vacaciones. Sin embargo, no quiero centrar mi apreciación en estos temas (importancia, el "quehacer" y el "cómo" de las vacaciones), por el contrario,  quiero hablarte de 5 cosas que NO deberías hacer en vacaciones, que aquí te las presento.

1. No esperar que todo salga a la perfección; grande es la expectativa,  grande es la frustración. Por ejemplo, muchos quieren aprovechar  las vacaciones  para leer libros no leídos en el tiempo lectivo de Seminario, y se llevan varios libros a casa; sin embargo llega el último día de las vacaciones, y no se ha pasado de la introducción o prefacio del libro. Otros organizan todo un programa riguroso para visitar a familiares y amigos, y lo mismo, el último día de las vacaciones se realiza visitas exprés. En las vacaciones ciertamente que se puede y se debe hacer esto, lo que no esta permitido querer hacer todo a la perfección, algo así como si leer o visitar familias es lo principal de las vacaciones. Según las RAE vacación es el “Descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”. Si nos fijamos bien en esta acertada definición, el verbo predominante es el de descanso, y  no sustitución de lo habitual por otros quehaceres como leer, visitar familia, realizar viajes largos, etc., como es común en los seminaristas hacer en las vacaciones. Hay que dejar espacio también a la espontaneidad a lo mediato. Esto también vale para los que en tiempo de vacaciones dedican una parte a la misión o a la actividad pastoral, no existe pastoral perfecta, cuanto más se erra, más se aprende!

2. No achacarse de responsabilidades, llenarse de compromisos o tareas pastorales. Es común o mejor dicho en la mayoría de los casos para algunos seminaristas vacaciones es sinónimo de trabajo pastoral (Es cierto, como ya lo dije, para algunos o para la mayoría de seminaristas en el tiempo de vacaciones una parte del tiempo es dedicada a la actividad pastoral, en este sentido, este espacio de tiempo dejar de ser vacaciones). Algunos hasta duermen en la parroquia y desde allí visitan a sus familiares. Es cierto, las vacaciones es el tiempo propicio para estar en la parroquia, ayudar en algunas actividades, conocer a los fieles, entrar en contacto con el párroco, rezar juntos con los fieles, organizar alguna ayuda social caritativa, ir de campamento con los jóvenes; sin embargo no es esto las vacaciones, tampoco significa alejamiento total de la parroquia y de todo lo que ella implica, NO! Lo que quiero decir es que hay equilibrar las responsabilidad y compromisos en esta vivencia parroquial-pastoral. En definitiva el trabajo pastoral además de ser una experiencia enriquecedora, diría, hasta una experiencia de Dios, es también un esfuerzo físico que en definitiva te deja agotado, y tú no fuiste de vacaciones para quedar agotado, tú fuiste de vacaciones para recuperar energías, para llenarte de energías, porque la vida en el seminario te lo exigirá al máximo.

3. No planificarse en exceso;  ser poco flexible  y no dejar espacio al azar. En vacaciones no es recomendable apegarse a itinerarios muy estrictos ya que pueden generar estrés. Esto parece contradictorio a lo que comúnmente escuchamos por parte de los formadores, de que hasta en vacaciones precisamos de un horario, de una disciplina. Ciertamente, en vacaciones no se acaban las responsabilidades de seminarista,  tampoco las vacaciones es para seguir haciendo lo mismo, aunque sirve realizar algunas cosas de manera de siempre (levantarse a la hora de siempre, rezar a la hora de siempre),  lo que hay que buscar es cómo entrar en la dinámica de los quehaceres de la casa, participar de las comidas junto con los demás, asistir a la TV junto con los demás, etc.

4. No cometer excesos;  ya sean en el sueño, la comida, o la vida social, nos llevarán a largo plazo a lamentar más que disfrutar las vacaciones. Recuerda que eres seminaristas dentro y fuera del seminario. Las vacaciones además de ser un tiempo especial para el descanso, para la familia, para amigos y rencontrarse con sus raíces, es un tiempo también para los excesos. Ciertamente que ya no hay un horario disciplinar que se tiene que cumplir al pie de la letra y pueda ser que todo lo que no hicimos en el tiempo ordinario de seminarios lo queramos hacer en 20 días o un mes. Los excesos “clericales” más comunes son los que se refieren al sueño, te digo que descansar no es sinónimo de dormir, ciertamente que uno engendra al otro, muchas veces el dormir en exceso demuestra pereza, abandono, y muchas veces escandaliza! Otro exceso es la comida, comer de todo y en gran cantidad, el régimen alimentario llevado por años en el seminario se ve tentado a las delicias preparados por mamá en casa, por la tía que te invita a comer o deleitar el plato favorito;  el exceso se puede dar intencionalmente o por casualidad, de lo primero hay que cuidarse, cuidar la salud, del mismo modo de lo segundo, sucede que cómo llegas después de mucho tiempo, en casa o persona que visitas te quieren convidar algo de comer o de beber y no hay escapatoria, difícil decir que no, de todas maneras hay que cuidarse, hay que comer con límite! Respecto a la vida social, no faltarán tus hermanas (os) o primas (os) que te inviten a fiestas o celebraciones de estilo juvenil de la moda. No faltarán tus amigos del barrio a festejar el rencuentro amical, etc. Ante estas situaciones es conveniente ser prudente. Una negativa podría ser sinónimo de rechazo o desprecio a las cosas que practican los jóvenes; una aceptación inmediata podría escandalizar, exagerando un poco. Ante estas situaciones  que “ponen en peligro” nuestro estilo de vida es recomendable ser equilibrado y muy prudente. Existen seminaristas que no aceptan ni una gota de vino, que las fiesta es sinónimo de pecado, que salir con amigos y amigas es escándalo, que las “cosas del mundo” mundanizan al hombre, etc. Otros por el contrario, beben más de una copa de vino, no se pierden ninguna fiesta del barrio, salen con amigos y amigas hasta altas horas de la noche, etc. No  me permito decirte o recomendarte algo, simplemente hay que evitar los extremos. Recuerda que estamos en el mundo, más ya no pertenecemos al mundo!


5. Por último, No contar los días; hacer la cuenta regresiva para la vuelta de las vacaciones genera ansiedad y nos aparta de disfrutar el presente. En vacaciones o se te van de voladas los días o son una eternidad que ya te quieres volver al seminario. En los dos casos no hay que hacer cuenta regresiva, tienes  que vivir y disfrutar al máximo las vacaciones, el poco o mucho tiempo lo tienes que disfrutar, tienes que estar preparado psicológicamente que los días (mayormente son pocos) de vacaciones lo tienes que aprovechar para descansar.  Feliz vacaciones!


viernes, 7 de junio de 2013

“La preocupación por las vocaciones sacerdotales no es sólo una preocupación del obispo” Cardenal Piacenza

Por Agencia SIC
Recientemente ha visitado España el cardenal prefecto de la Congregación del Clero, Mons. Mauro Piacenza, para participar en la reunión anual de los delegados diocesanos para el Clero. Su intervención llevó por título “La conversión del sacerdote en el año de la fe”. Para hablar del contenido de esta ponencia, así como de la nueva edición del Directorio para la Vida del Presbítero y de las vocaciones sacerdotales, Mons. Mauro Piacenza ha concedido esta entrevista a Agencia SIC.
P.- Mons. Piacenza, ¿qué aspectos considera usted que necesitan de una mayor conversión en la vida de los sacerdotes, hoy?
R.- En general creo que la mayor urgencia es la conversión del espíritu del mundo hacia el espíritu de Dios. No porque haya urgencia y que todos los curas tengan necesidad convertirse porque viven en lo mundano, sino porque existe como una mentalidad difusa. Tenemos que tener en cuenta que vivimos en una civilización de la comunicación, una comunicación completa en papel impreso, en Internet, en los medios de comunicación en el sentido amplio de la palabra. Los medios entran en la vida de la persona, y no son como antes que solo se limitaban al periódico, sino que bombardean continuamente, creando esta atmosfera difusa. Esta atmósfera es en general más secularizada, más bien laicista, aunque no siempre laicista en el mal sentido, pero de hecho más bien laicista.
El sacerdote es un hombre que obviamente vive en su tiempo, como todos los hombres. Él tiene una estructura interior particularmente fuerte por el tipo de educación pero está inmerso en este tipo de sociedad, como una esponja inmersa en el agua, el sacerdote, un hombre de nuestro tiempo, está inmerso en el “agua” de la comunicación en general. Desde por la mañana, cuando se despierta y hasta la hora de dormir. Entonces, es fácil que por ósmosis del ambiente, asuma algunas características como claves de lectura de la situación que son las mismas que se están transmitiendo normalmente en nuestra sociedad.
El primer tipo de conversión que debe hacer el sacerdote, y también los que forman a los sacerdotes, es el de comprender la neta distinción entre el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Esto es fundamental para la vida personal y para la vida pastoral, porque no puede haber una separación total entre ambas. El sacerdote es sacerdote porque está en medio de la gente, pero al mismo tiempo para estar en medio de la gente, debe estar con Dios. Él debe conjugar estos dos elementos: por un lado es útil el conocimiento de todo aquello que se mueve en la sociedad y de todo aquello que es enemigo del espíritu de la sociedad. Pero debe estar atento porque este conocimiento no debe alimentar su vida, su vida se debe nutrir del espíritu de Dios.
P.- Recientemente se ha presentado en castellano una nueva edición del Directorio para la vida del presbítero, publicado hace veinte años. ¿Qué aporta esta nueva edición?
R.- Hacía mucho tiempo que se sentía esta necesidad, no porque hubieran pasado ya 2 siglos, porque solo han pasado 20 años, sino más bien, porque han pasado muchísimas cosas en estos veinte años. Diría en primero lugar que se ha querido adquirir la gran experiencia positiva del Año Sacerdotal, que ha aportado mucho, porque ha despertado con mucha fuerza el interés por la figura del sacerdote en un periodo histórico en lo cual la figura del sacerdote, por diversos factores, había quedado comprimida. Yo diría que teológicamente, el sacerdocio había quedado atrapado entre la teología del episcopado y la teología del laicado: el sacerdote estaba un poco entre ambos extremos, sin saber bien qué era. Se había llegado a agradecer, en ciertos ambientes, el hecho de que fueran pocos sacerdotes porque se necesitaba despertar al laicado y no se comprendía que cada uno tiene su función en el cuerpo místico y que promoviendo más el sacerdocio ministerial, se promueve más el sacerdocio común de los fieles, porque los dos están relacionados, no están en oposición, sino en comunión.
Por otra parte, se hacía necesario dar una relevancia particular a la urgencia de las vocaciones porque son un tesoro para toda la comunidad. No lo digo sólo como broma, las vocaciones al episcopado no faltarán nunca, pero las vocaciones al sacerdocio sí que pueden faltar o ser menos numerosas. Por tanto, es importante dar relevancia al ministerio sacerdotal y al impulso de las vocaciones sacerdotales.
Mons. Piacenza 2
P.- ¿En este tiempo, se han sucedido en la Iglesia realidad complicadas en torno al ministerio sacerdotal, han influido éstas en la actualización del Directorio?

R.- He dicho esto sobre el plano teológico, pero ciertamente también sobre el plano de la existencia de cada día tengamos en cuenta que han sucedido, o han sido puestos de relieve, muchos hechos negativos. Pensemos en toda la cuestión sobre los abusos, más marcados en ciertas partes del mundo. Esto exigía poner de manifiesto, al mismo tiempo, una realidad muy importante que corresponde a la gran mayoría de los sacerdotes que son fieles a sus obligaciones, incluso heroicamente fieles a sus obligaciones y darles un refuerzo de credibilidad ante sí mismos, ante la propia misión, y ante el pueblo de Dios, y también ante los que están alejados, porque el sacerdocio ministerial es obviamente para todos. Este era otro factor a tener presente.
El año sacerdotal supuso un renovado impulso en la concepción y la misión del sacerdote en la Iglesia
Realmente, el Directorio ha sido enriquecido, como dije anteriormente, con todo lo que ha sido la experiencia muy positiva del Año Sacerdotal, y del riquísimo magisterio de Benedicto XVI establecido, sobretodo en aquél año, a través de catequesis y homilías para el sacerdocio ministerial. Este ha sido un punto importante de su pontificado: la claridad teológica sobre el misterio de la Iglesia y la sacramentalidad del sacerdocio ministerial íntimamente ligada a la sacramentalidad de la Iglesia.

También se ha dado un impulso a la profundización de la vida litúrgica de la Iglesia, que implica también una profundización del sacerdocio ya sea ministerial, ya sea de los fieles. Porque hay un cordón umbilical que lega la eucaristía al sacerdocio ministerial y evidentemente había esta riqueza de magisterio que necesitaba salir a la luz.
P.- Recientemente la Congregación del Clero ha asumido las competencias en la cuestión de Seminarios, que antes pertenecían a la Congregación para la Educación Católica ¿Cómo ha afectado esto a sus trabajos?
R.- Como consecuencia de la Pastores dabo vobis, se puso de manifiesto la necesaria relación entre la formación inicial en el Seminario con la formación permanente de los sacerdotes. Estábamos en la reelaboración del Directorio cuando tuvo lugar el paso de la competencia sobre los seminarios de la Congregación para la Educación católica a la Congregación para el Clero. En este sentido, la Congregación para el Clero ha sentido la necesidad de ofrecer un instrumento que, actualizado en muchas partes, pudiera dar al formador unas premisas para trabajar, ya sea en la formación del Seminario, ya sea en la formación permanente.
P.- ¿Cómo recoge el Directorio la cuestión de la fraternidad sacerdotal?
R.- El Directorio ha querido acentuar lo más posible el aspecto de la fraternidad sacerdotal, como gran sustento de la vida del sacerdote. Es un apoyo también para la vivencia consciente y alegre del celibato eclesiástico y ciertamente, la fraternidad sacerdotal ayuda al sacerdote a sentirse dentro de una familia.
Se busca profundizar un poco la teoría del presbiterio, no sólo como una amistad puramente humana, que es algo positivo pero no sustancial, sino también con la sacramentalidad del mismo presbiterio que es sustancial. Por tanto una fraternidad que es vivida de varias formas…pero que sobre todo nace de la reflexión sobre la liturgia de la misa crismal del Jueves Santo.
P.- ¿Cuáles son las preocupaciones que usted tiene como prefecto de la Congregación del Clero? ¿Cuáles son, desde su punto de vista, las prioridades de su Congregación?
R.- En mi trabajo, sobre todo tengo presente la espiritualidad del sacerdote y su misión. Estos dos puntos juntos están, en mi opinión, en sintonía con el sentir, el deseo, y el querer del actual Sumo Pontífice. La espiritualidad en el sentido de que, como habrá oído el Papa a menudo reclama, el hecho de que se trate la Iglesia más como una organización internacional, como un tipo de Cruz Roja Internacional, con todo respeto a estos aspectos, pero la Iglesia es un Misterio, es decir, no una súper organización. Naturalmente un misterio que viviendo en este tiempo, en esta fase, tiene necesidad de organización también humana, pero como soporte, con la conciencia siempre muy clara que se trata de servir a un Misterio, el Misterio de Dios que en la historia quiere salvar al hombre. Por tanto, la organización no debe ahogar al Misterio.
Para el sacerdote podemos decir que vive en un tiempo delicado, porque todas las épocas tienen sus características y no debemos exagerar la dificultad de nuestro tiempo respecto a otras. Podemos pensar en las dificultades que pueden haber atravesado los sacerdotes en el periodo de tribulaciones que conllevó al Concilio de Trento, pensemos en el siglo XVIII, el laicismo, el modernismo, etc, debemos pensar que entonces nuestros hermanos no soportaron un peso ligero. Por tanto no tenemos que exagerar. Sin embargo, debemos responder a las exigencias de nuestro tiempo, y no de otro tiempo, atesorando también lo que en otro tiempo han preparado. Creo que es importante que este Pontificado, providencialmente en continuidad y no en discontinuidad con el Pontificado anterior, quiere enfatizar algunas cosas y esto se convierte también en mi preocupación.
Y resumiendo sobre lo que decía sobre el misterio, el sacerdote tiene en una tesitura espiritual particularmente fuerte, que sepan que para estar entre la gente, el cura, sobre todo el diocesano, por su vocación específica, está llamado a estar con la gente, en medio de un pueblo. Y la Iglesia debe estar siempre de parte de las personas, porque está hecha para las personas. Pero, para hacer esto y no caer en el populismo, en la demagogia ocurre esta tesitura espiritual especial, por eso digo que los sacerdotes en este tiempo deben permanecer en el campo del Espíritu, y por tanto su musculatura deberá ser la propia del espíritu, porque deben remar continuamente y remar contra corriente, porque la corriente del consumismo, la del pansexualismo, la de la no existencia de la ley natural, exigen una respuesta que precisa de una fuerte musculatura espiritual.
En lo que se refiere a la segunda cuestión, la de la misión, está muy ligada a la primera, porque si se trata de un misterio, si se trata de salvación y de salvación eterna del hombre, conviene al sacerdote estar con Cristo delante de la Iglesia.
La misión surge de un contagio del corazón que se inflama estando ante el Sagrado Corazón de Jesús. Y yo creo que estas son las preocupaciones más importantes.
P.- Cuáles considera usted, ante el panorama de la ausencia de vocaciones que se dan en algunos países, especialmente en los del primer mundo, ¿por dónde iría la solución a esta ausencia de vocaciones, traer sacerdotes de otros países, el impulso de la pastoral vocacional…?
R.- Efectivamente esta ausencia de vocaciones es un fenómeno europeo y sobre todo concentrado en algunos países, y por tanto no es un factor universal. Pero es algo que debemos afrontar y, como somos una familia, incluso también en los países en los que no se ha llegado a este punto. Debemos estar atentos por el fenómeno de una secularización que es galopante y que, con los medios de comunicación, indudablemente el desafío llega a todas partes.
En cualquier caso, en general, podemos recordar que el primer punto de las vocaciones es aquello que se dijo: “Rogad al dueño de la mies”. Por tanto sería muy conveniente la constitución de un punto al menos, en todas las diócesis, de adoración perpetua del Santísimo Sacramento. De ahí brotará una creatividad pastoral. No olvidemos que ciertas figuras, como S. Juan de Ávila o como el santo cura de Ars, indudablemente sin tener un título en Teología pastoral han hecho milagros pastorales, y los han hecho aprendiendo de una cátedra particular, la del Sagrado Corazón de Jesús que es el corazón del Buen Pastor.
Por tanto intentar acercar a todos de nuevo a la adoración eucarística y hacer comprender a la gente que la preocupación por las vocaciones sacerdotales no es sólo una preocupación del obispo, que no sabe cómo cubrir determinados lugares pastorales, sino una preocupación de toda la comunidad, de la cual el obispo es cabeza y por tanto es impulsor y organizador, pero la preocupación ha de ser de todos.
También la maternidad espiritual, a la que yo suelo recurrir mucho, pensando en la Virgen y aquello que la Virgen representa: está al pie de la Cruz, con S. Juan. Recordemos lo que Jesús ha dicho al joven y lo que ha dicho a su madre. Yo creo que es muy importante y puede implicar a muchas almas femeninas el saber vivir interiormente, en unión con María Santísima, está maternidad sobre las vocaciones; adoptar esas vocaciones, aunque sin conocerlas personalmente, y verlas con los ojos de la fe. Porque vocaciones sí hay, pero los oídos que deben escuchar la voz de Jesús están distraídos.
Después de esta oración y de esa maternidad espiritual hay otros aspectos organizativos en la pastoral vocacional, pero lo sustancial es esto. También hacen falta sacerdotes muy motivados y muy claros en lo que se refiere a su propia identidad. Esto se manifiesta en una alegría muy particular que los jóvenes saben captar. Comprenden que es algo hermoso, que no es algo frustrante. Por último, sin duda privilegiar el ministerio de la confesión sacramental y de la dirección espiritual, aunque los jóvenes no lo llamen así. Se podrían decir muchas otras cosas, pero estas son las fundamentales.


lunes, 3 de junio de 2013

¿De qué se confiesan las monjas?

Por Luis Alva

¿De qué se confiesan las monjas? Fue una pregunta formulada por un "novato" seminarista a su formador. Recuerdo exactamente que cierto día, al llegar mi formador de confesar a las monjas del convento de la ciudad, le formulé “inocentemente” la siguiente no grata pregunta ¿de qué se confiesan las monjas? Y la respuesta de mi formador fue exactamente esta: De lo mismo que se confiesan los seminaristas! No dije palabra alguna y me retiré silenciosamente.

Decir de qué se confiesan los seminaristas, equivaldría a decir los pecados de los seminaristas, y de hecho que no es el punto de mi reflexión. Primeramente, porque hasta ahora  no he tenido la gracia de poder confesar a un seminarista; y segundo, no soy quien, ni para solo mencionar especulación alguna. Sin embargo, quiero referirme a algo esencial, no nuevo, sino, algo esencial que vale la pena recordarlo siempre, me refiero a la confesión-comunión en los seminaristas.

Siguiendo la lógica, todos los que comulgan están en estado de gracia de Dios, todos los que están en gracia de Dios están confesados, luego, todos los que comulgan están confesados. Llevo dos años presidiendo misa todos los días a seminaristas y hasta ahora no he visto a un seminarista no comulgar. Esto por un lado me tranquiliza, me “hace” pensar que es una comunidad sana, que todos participan constantemente del sacramento de la reconciliación, que todos están en gracia de Dios; en esta tranquilidad me surge una pregunta ¿y si no es así? Ciertamente, retomando la primera idea, no comulgar pone en evidencia inmediata al pecador, y mucho más cuando la comunidad que celebra la misa es de pocos miembros. Ante esa evidencia inmediata o me obliga a confesarme constantemente o me obliga a comulgar sin confesar.

Ciertamente que la Comunión no es un premio o algo que esta sujeta a condición. No se precisa ser santo para comulgar. Es una necesidad espiritual. Sin embargo, el precepto divino no tiene excepción: no se puede comulgar en estado de pecado grave.

El CIC señala respecto a la confesión en la formación sacerdotal lo siguiente: “Acostumbren los alumnos a acudir con frecuencia al sacramento de la penitencia” (Canon 246 § 4). Y la PDV indica que “urge educar a los futuros presbíteros en la virtud de la penitencia, alimentada con sabiduría por la Iglesia en sus celebraciones y en los tiempos del año litúrgico, y que encuentra su plenitud en el sacramento de la Reconciliación (PDV 48). Como ven, los documentos que se refieren a la formación sacerdotal no se detienen a tratar estos asuntos en profundidad, dado que se tratan de forma general para todos los cristianos. Y no hay otro lugar privilegiado para tratar estos temas que el propio seminario. A continuación te presento algunos números de documentos recientes que nos iluminan respecto al tema.

Catecismo de la Iglesia Católica, n 1385:

Debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1 Cor 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum, Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25.3.2004)

n. 81. La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.

Juan Pablo II, Encíclica Ecclesiae de Eucaristía (17.4.2003)

36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el «cuerpo» y con el «corazón»; es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, «la fe que actúa por la caridad» (Ga 5, 6).

La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa» (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo».

Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar». Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal».

37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico.

Instrumentum laboris del XI Sínodo de Obispos (Octubre, 2005)

13. (...) La pertenencia a la Iglesia es prioritaria para poder acceder a los sacramentos: no se puede acceder a la Eucaristía sin haber antes recibido el Bautismo o no se puede retornar a la Eucaristía sin haber recibido la Penitencia, que es el «bautismo laborioso» para los pecados graves. Desde los orígenes la Iglesia, para expresar tal urgencia propedéutica, instituyó respectivamente el catecumenado para la iniciación y el itinerario penitencial para la reconciliación.

22. El sacramento de la Reconciliación restablece los vínculos de comunión interrumpidos por el pecado mortal. Por lo tanto, merece una particular atención la relación entre la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Las respuestas indican la necesidad de proponer nuevamente esa relación en el contexto de la relación entre Eucaristía e Iglesia, y como condición para encontrar y adorar al Señor, que es el Santísimo, en espíritu de santidad y con corazón puro. Él ha lavado los pies a los Apóstoles, para indicar la santidad del misterio. El pecado, como afirma San Pablo, provoca una profanación análoga a la prostitución, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (cf. 1 Co 6,15-17). Dice, por ejemplo, San Cesáreo de Arles: «Todas las veces que entramos en la iglesia, reordenamos nuestras almas, así como quisiéramos encontrar el templo de Dios. ¿Quieres encontrar una basílica reluciente? No manches tu alma con la inmundicia del pecado».

La relación entre Eucaristía y Penitencia en la sociedad actual depende mucho del sentido de pecado y del sentido de Dios. La distinción entre bien y mal frecuentemente se transforma en una distinción subjetiva. El hombre moderno, insistiendo unilateralmente sobre el juicio de la propia conciencia, puede llegar a trastrocar el sentido del pecado.

23. Son muchas las respuestas que se refieren a la relación entre Eucaristía y Reconciliación. En muchos países se ha perdido la conciencia de la necesidad de la conversión antes de recibir la Eucaristía. El vínculo con la Penitencia no siempre es percibido como una necesidad de estar en estado de gracia antes de recibir la Comunión, y por lo tanto se descuida la obligación de confesar los pecados mortales.

También la idea de comunión como «alimento para el viaje», ha llevado a infravalorar la necesidad del estado de gracia. Al contrario, así como el nutrimento presupone un organismo vivo y sano, así también la Eucaristía exige el estado de gracia para reforzar el compromiso bautismal: no se puede estar en estado de pecado para recibir a Aquel que es «remedio» de inmortalidad y «antídoto» para no morir.

Muchos fieles saben que no se puede recibir la comunión en pecado mortal, pero no tienen una idea clara acerca del pecado mortal. Otros no se interrogan sobre este aspecto. Se crea frecuentemente un círculo vicioso: «no comulgo porque no me confesé, no me confieso porque no cometí pecados». Las causas pueden ser diversas, pero una de las principales es la falta de una adecuada catequesis sobre este tema.

Otro fenómeno muy difundido consiste en no facilitar, con oportunos horarios, el acceso al sacramento de la Reconciliación. En ciertos países la Penitencia individual no es administrada; en el mejor de los casos se celebra dos veces al año una liturgia comunitaria, creando una fórmula intermedia entre el II y el III rito previsto por el Ritual.

Ciertamente es necesario constatar la gran desproporción entre los muchos que comulgan y los pocos que se confiesan. Es bastante frecuente que los fieles reciban la Comunión sin pensar en el estado de pecado grave en que pueden encontrarse. Por este motivo, la admisión a la Comunión de divorciados y vueltos a casar civilmente es un fenómeno no raro en diversos países. En las Misas exequiales o de matrimonios o en otras celebraciones, muchos se acercan a recibir la Eucaristía, justificándose en la difundida convicción que la Misa no es válida sin la Comunión.

24. Ante estas realidades pastorales, en cambio, muchas respuestas tienen un tono más alentador. En ellas se propone ayudar a las personas a ser conscientes de las condiciones para recibir la Comunión y de la necesidad de la Penitencia que, precedida del examen de conciencia, prepara el corazón purificándolo del pecado. Con esta finalidad se retiene oportuno que el celebrante hable con frecuencia, también en la homilía, sobre la relación entre estos dos sacramentos. »

Pueda ser que llegando hasta aquí te preguntes ¿Qué pasa si necesito comulgar y no pude confesarme a tiempo, puedo hacer un acto de perfecta contrición y comulgar?

Acto de constricción perfecto y comunión


La Instrucción Redemptionis Sacramentum contempla una disposición para situaciones realmente extraordinarias.  “Quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa, ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes” (RS 81). Esta disposición es muy interesante, sin embargo precisa una buena interpretación. A partir de esta disposición, ¿puedo comulgar después de cometer un pecado mortal, antes de confesarme, si hago un acto de contrición perfecto? – No, a menos que haya una condición muy excepcional. Este caso se da especialmente en los Sacerdotes. Un ejemplo: cuando el Sacerdote celebra Misa no puede dejar de comulgar (la comunión del Sacerdote forma parte de la ceremonia). Si el Sacerdote estuviera en estado de pecado mortal y, teniendo que celebrar la Misa, no tuviera con quien confesarse, ¿qué tendría que hacer? Ese sacerdote, acogiéndose a esta excepción, debe hacer un acto de contrición perfecta y celebrar la Santa Misa, con la resolución de buscar confesarse cuanto antes le sea posible y poner en ello todo su empeño.