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sábado, 29 de septiembre de 2012

Centralidad de las vocaciones

Boletín de la Sección Espiritualidad y formación de las vocaciones
Mes de Septiembre.Universidad Pontificia de México 



 
Entre los deseos expresados con ocasión del próximo Sínodo sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cris-tiana, está el que “se retome la problemática de las vocaciones, que se relaciona estrechamente con la nueva evangelización, no tanto para constatar la crisis, y no sólo para reforzar una pas-toral vocacional que ya se encuentra en acto, sino más bien,y más profundamente, para promover una cultura de la vida entendida como Vocación" (Instrumentum laboris, 160).
 
 En este sentido, se espera que el próximo Sínodo se concentre explícitamente sobre el tema de la centralidad de la cuestión vocacional para la Iglesia hoy; que ayude a todos los bautizados a ser más conscientes del propio compromiso misionero y evangelizador, a estimular nuevamente y aumentar el esfuerzo y la dedicación de tantos cristianos que ya trabajan para el anuncio y  la transmisión de la fe; que sea  para las familias sostén y confirmación del papel que ellas desarrollan; y, más específicamente,  “el Sínodo deberá prestar una particular atención al ministerio presbiteral y a la vida consagrada, en la esperanza de poder ofrecer a la Iglesia el fruto de nuevas vocaciones sacerdotales” (n. 159), lanzando nuevamente el empeño de una clara y decidida pastoral vocacional.
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La especialidad de Espiritualidad y Formación de las Voca-ciones de la Universidad Pontificia de México, no sólo está en plena sintonía con este deseo del Sínodo, sino que colabora pre-parando a aquellos que después serán los impulsores de esa pastoral vocacional requerida; y que, con la colaboración de otros muchos, favorecerán la cultura vocacional en el seno de sus diócesis, en las comunidades cristianas y en los grupos apos-tólicos, adoptando las estrategias más adecuadas en consonancia con este objetivo de la centralidad de las vocaciones.
 
P. José Luis Ferré
Coordinador de la Sección.


viernes, 28 de septiembre de 2012

¡Obediencia dialogada, pobreza remunerada y castidad acompañada!

Por Luis Alva

Obediencia dialogada

Como seminarista y ahora como diácono, me causa curiosidad la obediencia con adjetivo, es decir, “obediencia dialogada”. Entiendo por esto, que el obispo o el superior tiene que escuchar el “parecer” del sacerdote, religioso o seminarista ante un mandato hecho por éste, y viceversa. Es razonable, oportuno y necesario el diálogo en esta situación. No se obedece “a ciegas”, como también nadie ejerce la autoridad de mandato, del mismo modo. El diálogo es fundamental en cualquier situación donde se dan relaciones humanas, sobre todo en una comunidad donde existe un régimen jerárquico-comunional.
 
El “por qué” y el “para qué” de la obediencia ha quedado más o menos claro cuando en el día de la ordenación el candidato responde: “sí, prometo”, al interrogante: “prometes obediencia a mí y a mis sucesores”, hecha por el obispo. Ahora, el “cómo” de la obediencia ha sido motivo de muchas reflexiones y presupuesto, algunos para recobrar sentido han propuesto nuevas formas de entender a obediencia, y la obediencia dialogada es una de ellas. Dado que los grandes valores en el hombre sacerdote no se improvisan, precisan de una especial formación-atención de seminarista. Respecto a esto, señala el Concilio: con singular cuidado edúqueseles en la obediencia sacerdotal, en el tenor de vida pobre y en el espíritu de la propia abnegación, de suerte que se habitúen a renunciar con prontitud a las cosas que, aun siendo lícitas, no convienen, y a asemejarse a Cristo, morir por obediencia al Padre en la cruz (Cf. OT 9).

En esta línea, el Papa Benedicto XI exhortaba a los seminaristas presente en la JMJ en Madrid, a vivir una “obediencia sincera y sin disimulo”. Primeramente, se trata de irse educando en entregar la vida por amor y en obediencia, médula de la identidad sacerdotal. Obedecer al estilo de Jesucristo, que consiste en someterle la propia voluntad en una respuesta desbordante de amor, por amor a él y a los hermanos. La obediencia debe ser activa, creativa, responsable, desbordante; no se debe quedar en el mero cumplimiento farisaico, ni nacer del miedo; no es calculadora, obliga a salir de uno mismo y es fuente de maduración para configurarse y aprender a amar como Cristo. Por último, el vivir en obediencia entregando la propia libertad, reclama del futuro sacerdote una conciencia lúcida sobre sí mismo y una libertad suficientemente purificada de falsas motivaciones y dispuesta a ser vivida en oblación[1].

En este sentido, se precisa redescubrir ciertos valores fundamentales que ayuden a la vivencia de la obediencia. Así como para decir la verdad, se precisa del uso de la libertad, la virtud de la obediencia, precisa de otras virtudes para su plena realización, principalmente la virtud de la disponibilidad, de la entrega, de la humildad, y del desprendimiento. La disponibilidad es el fruto espontáneo y natural del desprendimiento de sí mismo y de las cosas. El desprendimiento de sí engendra la Humildad, virtud de los hombres verdaderos, y el desprendimiento de las cosas, la pobreza, actitud básica de los que siempre confían y esperan, y ambas virtudes, hacen posible la libertad de espíritu al servicio del reino en disponibilidad absoluta e incondicional[2].

Sin duda, que un seminarista disponible (entregado, humilde y desprendido), será en el futuro, un sacerdote obediente. Por esto, en los Seminarios se debe poner especial atención a estas virtudes. Y “entiendan con toda claridad los seminaristas que su destino no es el mandato ni son los honores, sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral” (OT 9). La desobediencia o su equiparado “obediencia a mi manera” es uno de los grandes problemas en los presbiterios diocesanos, desde párrocos que no quieren dejar la parroquia aludiendo a su temporalidad del ejercicio, hasta sacerdotes que se excusan para no ser enviado a comunidades de “misión”. Las consecuencias de esto la reciben los fieles.

Por último, antes que hablar de “obediencia dialogada”, es mejor (mi opinión personal) hablar de obediencia cordial. Nuestra obediencia ha de ser obediencia cordial, no con el fin de un deber, sino por voluntario ofrecimiento. Por lo tanto, hemos de estar dispuestos siempre y en todo, pero con cordialidad, sin necesidad de mandato, exhortaba Don Manuel Domingo y Sol a sus Operario[3].Y como decía el Papa: “Aprended de Aquel que se definió así mismo como manso y humilde de corazón, despojándoos para ello de todo deseo mundano, de manera que no os busquéis a vosotros mismo, sino que con vuestro comportamiento edifiquéis a vuestros hermanos…”[4].
 
Pobreza remunerada…Muy pronto!


[1] Cf. García, ANDRES, Ser prolongadores de la misión, En: Revista Seminarios, Vol. LVIII/203, 2012, pp. 32-34.
[2]Cf. García, Julio, Disponible, En: Perfil del Operario. Diez rasgos esenciales, pp. 27-28.
[3]Escritos I, 5°, 26.
[4]Benedicto XVI, Homilía en la Misa con los seminaristas de la JMJ en Madrid.


jueves, 27 de septiembre de 2012

La adoración eucarística, experiencia de ser Iglesia

Benedicto XVI
 

¡Queridos hermanos! Esta tarde querría meditar con vosotros sobre dos aspectos, entre ellos conectados, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones no completas del Misterio mismo, como aquellas que se han dado en el reciente pasado.
 
Sobre todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos tras la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al término. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo en práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo nutre y lo une a Sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, sigue siendo naturalmente válida, pero debe resituarse en el justo equilibrio. En efecto –como a menudo sucede- para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la acentuación sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como “Corazón latiente” de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
 
 
En realidad es equivocado contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia. Es justo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del que la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si es precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que El, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, después de que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestro sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
 
 
En este sentido, me gusta subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del Amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido diversas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes, recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vela eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento, es una de las experiencias más auténticas del nuestro ser Iglesia, que se acompaña en modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).
 
 
Ahora querría pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido en el pasado reciente un cierto malentendido del mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sido influenciada por una cierta mentalidad secular de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y sin embargo de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sacro no exista ya, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, “sumo sacerdote de los bienes futuros” (Heb 9,11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo “es mediador de una alianza nueva” (Heb 9,15), establecida en su sangre, que purifica “nuestra conciencia de las obras de muerte” (Heb 9,14). El no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que es sí plenamente espiritual pero que sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde no habrá ya ningún templo (cfr Ap 21,22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, ¡también más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se exige la purificación del corazón y la implicación de la vida.
 
 
Me gusta también subrayar que lo sacro tiene una función educativa, y su desaparición inevitablemente empobrece la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma resultaría “aplanado”, y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre o un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar el campo libre a los tantos sucedáneos presentes en la sociedad de los consumos, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no ha hecho así con la humanidad: ha enviado a su Hijo al mundo no para abolir, cino para dar cumplimiento también a lo sacro. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento pascual. Actuando así se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero hizo dentro de un rito, que mandó a los apóstoles perpetuar, como signo supremo del verdadero Sacro, que es El mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Seminaristas han escogido "la mejor parte"!

Guadalajara, Jalisco, México
25 de Septiembre, 2012
 
Queridos Seminaristas: Ustedes han escogido “la mejor parte” de seguir y servir a Nuestro Señor, han sentido Su llamado y generosamente han respondido, Dios quiera que todos perseveren y que lleguen al momento tan esperado para servir al pueblo de Dios a través de su ministerio sacerdotes de su Ordenación Sacerdotal.
El sacerdocio es “una perla de gran precio” y Nuestro Señor dijo que con tal de poseerla uno “vende todo lo que tiene”.
Tengo la fortuna de ser la mamá adoptiva de un sacerdote a quien yo no podría amar más si fuera de mi carne y sangre. Dios también ha puesto en mi camino a muchos sacerdotes a través de mis ya 64 años de vida.
Desde niña mi deseo más ardiente era ser religiosa y a los 17 años entré a un convento donde permanecí durante 5 años y por cosas del destino dejé esa vida cuando yo tenía 22 años. Me queda la satisfacción de haberle dado a Dios los mejores años de mi vida como religiosa y ahora participando del sacramento del matrimonio, que también es fuente de santidad.
La experiencia de haber sentido con tanta fuerza el llamado de Dios, el hecho de haber estado 5 años en un convento y mi relación con Dios durante toda mi vida me permite poder decirles que la vocación no es una cosa que nosotros decidimos, es un “llamado de Dios.” Pero eso no basta, porque todos los sacramentos son DON-REGALO-TAREA-COMPROMISO.
La vocación es como una planta tierna y hermosa que crece y da fruto al pie del Sagrario, a través de nuestra íntima relación con Dios, a través de nuestra entrega TOTAL y SIN RESERVA A ÉL, POR EL A SU IGLESIA Y AL MUNDO ENTERO.
Los motivos por los cuales yo me salí del convento no es necesario contárselos pero yo sí les puedo contar que durante 25 años yo soñaba cada 6 meses que yo regresaba al convento y yo sentía una alegría enorme hasta despertar y darme cuenta que ya no era posible regresar.
A veces siento que fue debido a mi falta de madurez, a mi falta de confianza en mi Superiora, o quizá, por no pedir la ayuda suficiente. Sólo Dios sabe. Lo que sí le puedo decir es que no me salí para casarme. Aunque sí me casé varios años después. Actualmente tengo 38 años de casada con mi marido y tengo un hijo de 28 años.

A ustedes yo les digo que si han sentido el llamado de Nuestro Señor que deben defender su vocación hasta con su misma vida. Además les ha prometido que lo que “más alegría les debe dar es el hecho de que sus nombres están escritos en el cielo”. (¡Casi nada!).
También les aconsejo que si están en éste camino que pongan sus vidas, sus proyectos de vida en las manos de Dios y que dejen que Él haga lo que quiera con ustedes, sólo así vivirán en paz y sin preocupaciones.

Nadie les ha prometido que sus vidas serán “un jardín de rosas” porque el sacerdocio bien llevado es una vida de mucho sacrificio y también de grandes recompensas. Recuerden por favor que nadie le gana a Dios en generosidad y también les ha prometido “el 100 x 1 en ésta vida y la vida eterna.”

Le pido a Dios que los colme de Sus Frutos y de Sus Dones ahora y siempre. 

PD. Les escribo de parte del Apostolado de la Oración por los Sacerdotes (en Facebook es Apostolado Sacerdotes y de la página de Facebook Ora por Sacerdotes y los invito a visitar estas pàginas y a ayudarnos a promoverlas.

En el amor de Cristo Sacerdote 
Apostolado de la Oración por los Sacerdotes
www.apols.org


martes, 25 de septiembre de 2012

La formación de los sentimientos





Se suele llamar sentimiento a un fenómeno psíquico de carácter subjetivo, producido por diversas causas (estados de ánimo vitales o pasajeros, reacciones inconscientes ante el medio ambiente, estado físico, acontecimientos, situaciones, etc.) y que impresiona favorable o desfavorablemente a la persona, excitando en ella diversos instintos y tendencias.
 


Saber cuáles son las diversas clases de sentimientos nos ayudará para conocernos en este punto. Un primer grupo son los sentimientos vitales. Nacen del conjunto de percepciones que tienen como objeto nuestro propio organismo y, según sean, confieren a la vida un sentido de bienestar o de malestar, de frescura o de pesadez. El humor es una resonancia de los sentimientos vitales que repercute en todas las esferas de la vida.

Un segundo tipo está formado por los sentimientos de la propia individualidad. Entre ellos tenemos el sentimiento del propio poder y del propio valor: de capacidad o inferioridad, de suficiencia o insuficiencia que se basa sobre la aprensión de la propia dignidad, dotes y cualidades; puede fundarse más sobre la propia opinión o más sobre la opinión de los demás.

Otros sentimientos surgen como reacción al mundo externo: el sufrimiento, la esperanza, la resignación, la desesperación. Por otra parte se dan los sentimientos corporales (hambre, sed, cansancio, etc.); los de índole psíquica como la tristeza que oprime, la alegría que exalta, la gratitud que conmueve, el amor que enternece, etc.

Es evidente que dentro de este cuadro de sentimientos debe existir una jerarquía y armonía. Jerarquía para que la vida del espíritu, y en general la del hombre, no sea caótica. Cuando se deja curso anárquico a los sentimientos la vida de las personas se hace caprichosa e imprevisible. Cuando los sentimientos corporales acaparan a la persona, el centro de su personalidad se traslada a la piel o al estómago. Y lo mismo podemos decir de los sentimientos meramente psíquicos: en cuanto son puramente sensitivos carecen de razón y mesura, no buscan sino desahogarse. Pero en ese desahogo pueden llevar a remolque toda la vida de la persona.

Finalmente, los sentimientos espirituales que representan el don más precioso de la sensibilidad humana: una simpatía afectiva o empatía con el bien y la virtud, suscitados en el alma por la presencia, o ausencia, del bien moral: gratitud, amistad, aprecio por la sinceridad, etc. Todo el desarrollo de nuestra psique debe colaborar en el desarrollo y fortalecimiento de tales sentimientos sin por ello atropellar a los demás que son también parte característica del hombre.

La formación de los sentimientos busca aprovechar su fuerza encauzándola al bien integral de la persona y al servicio de la misión confiada por Dios. Así los sentimientos enriquecen notablemente al formando y lo hacen capaz de experiencias humanas profundas, de acercamiento a Dios y a los hombres. Un primer paso indispensable consiste en reconocer que siempre está en nuestras manos la posibilidad de controlar, orientar y armonizar la propia personalidad, con toda su riqueza, haciéndola noble, fuerte y dueña de sí.

Pero para poder formarse en este campo -como segundo paso-, el formando ha de analizar y conocer los propios sentimientos, principalmente los predominantes, y ser consciente del grado de influencia que tienen en su comportamiento, pues el sentimentalismo puede causar graves estragos en la formación. Ordinariamente estos factores dependen del temperamento, por el cual se tiende a la alegría o a la tristeza, al optimismo o al pesimismo, a la exaltación o a la depresión. El formador ha de ayudar al formando a descubrir esta componente habitual de su temperamento, con sus potencialidades, sus aspectos positivos y negativos y sus implicaciones; a aceptarse serena, gozosa y agradecidamente, y a ejercitar una labor constante y positiva de control, armonía, equilibrio y progreso.

El medio principal de formación es el mismo que comentamos ya en el apartado anterior: fomentar lo positivo, rectificar lo negativo. Si el sentimiento ayuda, sea bienvenido; si entorpece, debilita, distrae, entonces la voluntad del formado deberá entrar en acción para fomentar el sentimiento opuesto, para centrar la atención en otra cosa, etc. A este propósito algo muy necesario para lograr el dominio y la formación de los sentimientos es educar la imaginación y no dejarla divagar inútilmente, pues las imágenes por su naturaleza llevan a la acción que representan y provocan los sentimientos correspondientes.

Este mismo mecanismo se puede poner al servicio de persona cuando ésta da paso y, en cierto sentido, fomenta los sentimientos que acompañan sus convicciones: entusiasmo por su vocación, fervor más sensible en su amor a Dios, compasión por los hombres, etc. Así los principios libremente escogidos dejan de ser algo frío e intelectual y pasan a ser, con mayor integralidad humana, convicciones operantes. A la atracción objetiva que el valor suscita se añade una carga subjetiva de resonancia.

Como resultado de este esfuerzo el formando adquiere una ecuanimidad estable que consiste en el predominio habitual de un estado de ánimo sereno, equidistante entre la alegría desorbitada y el abatimiento. Desde el punto de vista ascético, es habituarse a cumplir la voluntad de Dios, con el sostén de la voluntad, la fe, y el amor, en las diversas circunstancias de la vida. La orientación hacia este ideal irá creando una actitud habitual de sano optimismo sobrenatural capaz de transformar cualquier estado de ánimo en factor positivo. Todo es gracia para el corazón enamorado de Dios; o como dice San Pablo: «Para los que aman a Dios, todo contribuye al bien» (Rm 8,28). Quien ama su vocación y se identifica plenamente con ella llega a formar un estado de ánimo habitual positivo y fecundo.

La educación de los sentimientos está relacionada con la correcta formación de la sensibilidad como capacidad de reconocer y valorar la belleza de la naturaleza y de las obras de arte.



lunes, 24 de septiembre de 2012

El obispo hermano y amigo de los seminaristas

Por Luis Alva
El Concilio afirma respecto a la relación del obispo con los presbíteros, que “el obispo debe considerarlos como hermanos y amigos” (PO 7). Y a partir de esta afirmación conciliar el Papa Juan Pablo II señala que “esto se puede decir por analogía, de cuantos se preparan al sacerdocio” (PDV 65). Interpretando al Papa más o menos quedaría así: El obispo debe considerar a los seminaristas como hermanos y amigos.
 
La hermandad y la amistad se gesta mediante actividades en común, convivencia, gestos espontáneos, pequeños detalles de aprecio, confianza y  cariño, conocimiento recíproco, etc.; sin estas actividades, gestos o detalles, no se dan ni hermandad ni amistad. El título de esta breve reflexión es ambicioso y un poco exagerado, pero mi experiencia de seminarista y ahora trabajando en un seminario me ha hecho ver que los obispos se esfuerzan, a pesar de su tiempo limitado, por compartir con los seminaristas, y de ser amigos y hermanos. Conozco obispos que visitan constantemente a sus seminaristas, comparten encuentros deportivos con sus seminaristas, rezan juntos, hacen retiro juntos, van de misiones juntos, etc.

Ciertamente que todos los seminaristas no tienen esa oportunidad, ni todos los obispos tienen ese gesto con sus seminaristas. En realidad todo obispo debería tener un privilegio y un cariño profundo por el seminario y consecuentemente por sus seminaristas, dado que “el seminario es el corazón de la diócesis” (OT 4), y así es en realidad, porque el corazón es un órgano vital que repercute en todo el cuerpo. Por esto, la importancia del cuidado, la dedicación y sobre todo  el privilegio del obispo por su Seminario.

Juan Pablo II, recomienda dos cosas fundamentales a los obispos, el de “visitarlos constantemente y en cierto modo “esté” con ellos” (PDV 65). De lo primero, no hay duda que todos los obispos visitan a sus seminaristas, desde los que visitan semanalmente y celebran la misa en el seminario, hasta los que visitan el seminario en el día de su aniversario o los de visitas esporádicas. Esto último ocurre mayormente, con los obispos que tienen a sus seminaristas estudiando en un seminario inter diocesano, que mayormente queda en otra ciudad. La figura del obispo en el seminario tiene un valor muy singular, pero “la presencia tiene un valor particular, no sólo porque ayuda a la comunidad del seminario a vivir su inserción en la Iglesia particular y su comunión con el Pastor que la guía, sino también porque autentica y estimula la finalidad pastoral, que constituye lo específico de toda la formación de los aspirantes al sacerdocio” (PDV 65). El significado de una presencia asidua del obispo en el acompañamiento a sus candidatos al sacerdocio está unido fundamentalmente a su responsabilidad de construir, desde el seminario, el presbiterio diocesano, como muy bien lo expresan los documentos del Concilio (LG 28; ChrD 28, 11 y 15; PO 7-8).


Respecto al que “esté con ellos”, “es ya un gran signo de la responsabilidad formativa de éste para con los aspirantes al sacerdocio” (PDV 65). El “estar con ellos”  no significa sólo tener celebraciones litúrgicas o encuentros comunitarios, en la práctica el "estar con ellos"  significa primeramente, un conocimiento personalizado de cada seminarista, mediante entrevistas continuas y personales; un conocimiento de su familia y realidad socio cultural, mediante encuentros con las familias de los seminaristas; un conocimiento cercano de su proceso formativo, mediante las continuas reuniones con los formadores. Un gesto de que “esté con ellos” es por ejemplo, cuando el obispo llama por su nombre al seminarista, cuando comparten algún paseo o espacio o actividad diferente a lo que se vive en la formación, cuando el obispo ocasionalmente invita al seminarista al palacio episcopal, cuando el obispo esta enterado de la salud del seminarista, cuando el obispo conoce el proceso vocacional del seminarista, etc. Sin duda que el crecimiento humano, espiritual y sobre todo vocacional del seminarista depende en gran parte de sus buenas relaciones con las personas con quien convive (formadores) y  sobre todo con las personas a las cuales debe mayor correspondencia, como al obispo que en ese momento se convierte en la figura paterna del seminarista.

Mencionamos las actitudes del obispo para con los seminaristas, ahora ¿Cual es o cual deberían ser las actitudes del seminarista ante el obispo? Dado que ésto permitirá un nuevo tema sólo menciono dos actitudes:

El seminarista guardará un profundo celo por su pastor, demostrado en gesto de amor filial, como la de un hijo hacia su padre.

El seminarista en los  encuentro comunitarios y sobre todo en los encuentros personales, debe abrirse espontáneamente al propio obispo y puede de ese modo comenzar a experimentar la relación con la autoridad episcopal como la relación del hijo con la figura del padre que sabe, puede y quiere ayudarle a realizar la propia vocación.



 


viernes, 21 de septiembre de 2012

XIII Encuentro inter-seminarios mayores de la Provincia Eclesiástica de Monterrey - México 2013

Seminarista Néstor Javier López R.
 Seminario Conciliar de Tampico.


Saludamos a todos ustedes seminaristas dispersos por todo el orbe!!! Es un gusto para nosotros compartir nuestra alegría con ustedes, alegría que emana del Décimo tercer Encuentro de Seminarios mayores de nuestra Provincia Eclesiástica de Monterrey, que en esta ocasión nos toco a nosotros, Seminario Conciliar de Tampico, ser la sede donde se llevo a cabo este fraternal encuentro del día 17 al 19 de septiembre del presente año.



Cada año tenemos la oportunidad de reunirnos todos los seminaristas de esta provincia para compartir la alegría del llamado. En esta ocasión fuimos 215 personas entre sacerdotes y seminaristas provenientes de las distintas diócesis que formamos esta provincia eclesiástica, que abarca los estados del noroeste de nuestro país. De Coahuila: el seminario de Piedras negras y Saltillo; de Nuevo León: el Seminario de Linares y Monterrey; de Tamaulipas: el seminario de Nuevo Laredo, Matamoros, Victoria y Tampico.
 
 

Todo empezó el lunes 17 alrededor de las 15:00 horas que empezaron a llegar los autobuses de los distintos seminarios y a pesar de lo largo del viaje (para algunos) llegaron con todo el ánimo y disposición que nos caracteriza a los Seminaristas.

Aquí, en el seminario, los esperamos con algunas botanas y con música hasta que se llego la hora de la Misa de inicio que empezó alrededor de las 19:00 horas. La celebración de la Eucaristía fue presidida por nuestro Rector, el Pbro. Roberto Yenny García, quien oficialmente les dio la bienvenida en nombre de nuestro obispo y de todos los seminaristas y sacerdotes que participaron en el encuentro. En su homilía, además de actualizar el Texto sagrado, nos exhortó a disfrutar al máximo el encuentro para que sigan creciendo las relaciones de amistad entre todos no importando ser de diferentes lugares, ni distintos entre sí, todos los presentes nos uniformamos en el seguimientos de Jesús, en el encuentro vivo y pleno con Él que nos lleva a entrar en este proceso de discipulado, para estar con el Maestro para después ser enviados a predicar esta hermosa noticia.



Posteriormente, al terminar la Sagrada Eucaristía se llevo a cabo una gran noche mexicana, con comida típica de la zona. Mientras cenábamos amenizaba para todos una marimba, instrumento típico de la zona huasteca, además de bailables de este estado de Tamaulipas que ayudaron a entrar en un clima de fiesta y alegría. Al terminar de cenar se les dio la indicación para el descanso, hospedados con familias de nuestra diócesis que amablemente abrieron su casa a los Seminaristas para hospedarlos. Así concluimos la primera jornada, pero la convivencia apenas iniciaba.

El martes 18 empezamos la jornada con la Sagrada Eucaristía que fue presidida por el Señor Obispo Jorge Cavazos Arizpe, administrador apostólico de la arquidiócesis de Monterrey y encargado de los seminarios en la provincia, quien en su agradable homilía nos felicitaba por la perseverancia en este tipo de encuentros donde se favorece la comunión entre los seminarios felicitó también a nuestros formadores por animarnos y acompañarnos.  Al terminar la Misa, todos los seminaristas abordaron los autobuses y nos dirigimos al centro de la ciudad para un paseo cultural llegamos así al antiguo edificio de la aduana en el puerto de Tampico donde se nos dio un recorrido turístico en este edificio histórico también se les dio un recorrido por los diferentes puntos turísticos de la ciudad.
 
 
En lo que los seminaristas estaban de paseo nuestros formadores permanecieron reunidos en torno al Obispo Cavazos realizando la reunión general para acordar y reafirmar actividades programadas a nivel provincia y dar avisos generales de OSMEX (organización de seminarios mexicanos).

Al terminar el paseo y dicha reunión nos dirigimos todos al comedor del seminario para los sagrados alimentos. Al terminar de comer, llegó el momento esperado por muchos la convivencia deportiva, si bien por el gusto que nos caracteriza a los seminaristas por el deporte, también por la novedad de jugarlo a la orilla de la playa Miramar. Se vivió fraternalmente jugando futbol y volibol playero armando los equipos con alumnos de distintos seminarios para convivir y relacionarse con todos. Esta convivencia deportiva terminó alrededor de las 20:00 horas después las familias que los hospedaron pasaron por ellos para llevarlos a cenar y buscar también la convivencia con ellos.

El tercer y último día de nuestro encuentro, inicio a las 9:30 de la mañana en la casa Beato Juan Pablo II a espaldas en nuestra Catedral, en el centro histórico de Tampico. Ahí tuvimos varias dinámicas para compartir experiencia de nuestros procesos en los distintos seminarios. Además de evaluar el encuentro para buscar siempre mejorar el siguiente.


Al terminar pasamos a nuestra Catedral para disponernos a celebrar la Eucaristía con la que se clausuraría el décimo tercer encuentro de seminarios. La celebración fue presidida por nuestro Obispo Don José Luis Dibildox Martínez quien nos felicitó por nuestra participación en el encuentro, nos invitó a ser fieles al seguimiento de Cristo, que aprovechemos al máximo esta hermosa etapa del seminario nunca perdiendo la relación con Dios a través de la oración. Además, que nos recomendó tener especial aprecio por María, recordando a la Inmaculada Concepción patrona de nuestra diócesis, que ella siempre nos lleva de la mano a un encuentro pleno y vivo con su amado Hijo. Dio su bendición episcopal orando a Dios por los seminarios que vinieron de lejos para que tengan buen regreso.

¡Y así dio por terminando el decimo tercer encuentro provincial de seminarios mayores! Sin lugar a dudas cada uno de los participantes ha recogido frutos de él. Y ustedes apreciados seminaristas lectores, lo saben bien que cuando nos reunimos en torno a Cristo la semilla se siembra en nuestro ser que sin lugar a duda empezará a crecer.



Damos gracias a Dios por todos sus beneficios, por reunirnos y ser uno en Él. Y así nos prepararemos para el próximo encuentro, que será en la diócesis de Nuevo Ladero Tamaulipas lugar donde nos reuniremos una vez más a compartir nuestra alegría de ser llamados a esta sublime vocación. Sigamos buscando estos lazos de comunión para poner nuestro grano de arena en la construcción del tejido social que se necesita en nuestras comunidades. Que los Seminarios sean lugares donde se viva la comunión, que el Seminarista sea hombre de comunión para que llegue a ser sacerdote en comunión hasta dar la vida por sus ovejas como el buen pastor.

 






Seminarista Néstor Javier López Rodríguez.

Alumno de tercero de Teología del Seminario Conciliar de Tampico.

 

 


jueves, 20 de septiembre de 2012

Signos que se han de comprobar canónicamente en quienes se preparan para recibir las sagradas órdenes (c. 1029)

Por Luis Alva
 

La llamada a los ministerios sagrados presupone ante todo el llamado de Dios,  una llamada de naturaleza carismática mediante la cual Dios destina a alguien a la condición de vida clerical y le prepara los medios necesarios para conseguir ese fin[1]. Sin embargo, la Divina Providencia al tiempo «que concede los dotes necesarios a los elegidos de Dios a participar en el Sacerdocio jerárquico de Cristo, y les ayuda con su gracia», «confía a los legítimos ministros de la Iglesia el que, conocida la idoneidad, llamen a los candidatos bien probados que soliciten tan gran dignidad con intención recta y libertad plena, y los consagren con el sello del Espíritu Santo para el culto de Dios y el servicio de la Iglesia» (OT 2).
 
De ahí que la vocación divina termine siendo a la vez vocación canónica, y que  corresponda a la autoridad legítima comprobar la autenticidad de los signos de la vocación divina y llamar al elegido a las órdenes sagradas[2]. Pues, la vocación sacerdotal: no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y loa lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuales sus requisitos  para que  puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma (SC 15).
 
 
Por lo tanto, «la vocación sacerdotal está necesitada de una comprobación externa por parte de los responsables de la Iglesia, que han de verificar, a través de una compleja tarea de discernimiento, aquellos criterios objetivos que son manifestación o “signos de la vocación divina”»[3]. El c. 1029 nos señala los signos que se han de comprobar canónicamente en quienes se preparan para recibir las órdenes: fe íntegra, recta intención, ciencia debida, buena fama y costumbres intachables, virtudes probadas y otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que van a recibir.  
 
Sin embargo, es preciso que antes de recibir las órdenes, se realicen los escrutinios de los candidatos previstos en el canon 1051[4], que tienen por objeto certificar la idoneidad del candidato. La carta circular sobre los escrutinios establece que éstos «deben hacerse para cada uno de los momentos del iter de formación sacerdotal: admisión, ministerios, diaconado y presbiterado». Es el obispo quien llama a las órdenes, pero oyendo a los formadores y consejeros cuyas recomendaciones, si bien no son vinculantes para él, tienen un alto valor moral[5].


 
Por otra parte, el obispo tiene el grave deber de no conferir las órdenes a quien no sea canónicamente idóneo. Ha de alcanzar certeza moral, habiéndose probado de manera positiva la idoneidad del candidato (Cf. c. 1052 § 1). No es suficiente que no se aprecie ningún inconveniente. La norma manifiesta en este aspecto una preocupación considerable: así el canon 1052 § 3 insta al obispo que va a conferir la ordenación a no proceder a ella si tiene fundadas razones para dudar de la idoneidad del candidato[6]. En este mismo sentido afirma el Concilio: «a los no idóneos hay que orientarlos a tiempo y paternalmente hacia otras funciones y ayudarles a que, conscientes de su vocación cristiana, se comprometan con entusiasmo en el apostolado seglar» (OT 6). 

 
Finalmente, el discernimiento de este don en los candidatos no sólo es de suma importancia, sino urgente.  Principalmente, porque entre los que se interesan por el ministerio, «hay también alguna que otra «ave rara» que viene a hacer su nido y que no pocas veces abraza incluso el sacerdocio porque una serie de obispos, movidos por una especie de pánico de que vayan a cerrase las puertas, confieren las sagradas órdenes a todo el que se presente»[7].Por otro lado, si no se realiza con delicadeza y prudencia como, por ejemplo, sin advertir necesidades no resueltas de apego a personas o de autoestima egocéntrica, la persona fácilmente caería  en un estado de inmadurez afectiva que la condicionaría para afrontar la vida en soledad y con ello, para una realización personal afectiva saludable. Ni las normales muestras de afecto y consideración, ni la compañía de amigos resultarían suficientes para satisfacer sus necesidades «inmaduras» de dependencia, cariño y reconocimiento; a la vez presentaría una gran tendencia a la perturbación afectiva ante situaciones más o menos objetivas de soledad o rechazo[8].

 





[1] Daniel Cenalmor, «Comentario al c. 1029», en Comentario exegético del derecho canónico, Vol. III, 947.
[2] Cf. T. Rincón-Pérez, Disciplina canónica del culo divino, en VV.AA., Manual de Derecho Canónico, Pamplona 19912, 566-567; Idem.
[3] José san José Prisco, «Comentario al c. 1029» en Código de derecho canónico, 592.
[4] «1° El rector del seminario o la casa de formación ha de certificar que el candidato posee cualidades necesarias para recibir el orden, es decir, doctrina recta, piedad sincera, buenas costumbres y aptitud para ejercer el ministerio; e igualmente, después de la investigación oportuna, hará constar su estado de salud física y psíquica. 2° para que la investigación sea realizada convenientemente, el Obispo Diocesano o el Superior mayor puede emplear otros medios que le parezca útiles, atendiendo a las circunstancias de tiempo y de lugar, como son las cartas testimoniales, las proclamas u otras informaciones»,Luis Orfila, «Comentario al c. 1051», en Comentario exegético del derecho canónico, Vol. III, 1007-1008.
[5] Cf. Javier Fronza, «El celibato don, propuesta y tarea», 150.
[6] Cf. Ibid.
[7] Gisbert Greshake,Ser sacerdote hoy, 466.
[8] Cf. Ibid.